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Los tambores tienen una manera hermosa de hablar y cantar; nos pueden llevar a un punto ecstático con mucha energía e inmediatamente después, arrullarnos a tal punto de tranquilidad, que se podría dormir en el mismo momento. Yo creo que los tambores nos pueden conectar y reconectar con la Tierra, sincronizarnos a los ritmos de su corazón latiente, y guiarnos de regreso a las maneras de vivir naturales y tradicionales. Yo estaba pasando por muchos cambios, internos y externos. Había estado lejos de mi hogar, México, alrededor de 6 meses y extrañaba mi casa,mi país. Me sentía desconectada de la Tierra, alejada de mi familia y me hacía falta una comunidad con la que me pudiera sentir como en casa. En mi búsqueda por un nuevo hogar, me topé con el área de Fruitvale, una pequeña versión de América Latina en Oakland. Tomé repentinamente la decisión de mudarme allí y en menos de un mes, me estaba mudando a un pequeño estudio en el corazón del área. Era mi segunda noche en mi nueva casa y había pasado casi todo el tiempo desempacando y acomodando mis cosas, así que decidí salir y respirar un poco de aire fresco, mirar la Luna y las estrellas y darme una vuelta. Caminaba en parte sin buscar nada en específico, parcialmente admirando mis alrededores y parcial e incondicionalmente, buscandome a mí misma.
Repentinamente, el sonido de tambores se comenzó a escuchar. Me encantan los tambores, siempre lo han hecho, desde que era pequeñita... pero éstos tambores eran distintos; su vibracióñ se sentía más fuerte, me sentí fuertemente atraída hacia ellos, sentí que algo me llamaba desde el fondo de mi alma. Persiguiendo el sonido, simplemente dejé que mis pies se movieran hacia un destino incierto. El aroma de Copal ardiendo y humeando comenzó a acompañar el retumbar de los tambores y simultáneamente, mientras uno se tornaba más intenso, también lo hacía el otro. El sonido parecía venir de la Hacienda Peralta; un parque, un museo y un centro comunitario a media cuadra de mi casa. Me acerqué más y más, hasta que me encontré frente a un círculo de personas danzando alrededor de unos tambores, con plumas en sus cabezas y con semillas que hacían hermosos sonidos al moverse, abrazándoles los tobillos. Sentí la necesidad de conocer más, de unirme a su círculo y danzar, pero al mismo tiempo me sentía nerviosa y un poco confundida, así que simplemente me quedé donde estaba, congelada. Un hombre se me acercó portando una sonrisa enorme y se presentó como Ernesto, e inmediatamente después exclamó de manera firme y sincera: “!Bienvenida!” Un jovencito que no podría haber tenido más de 13 años se dió cuenta de nuestra plática y también se acercó. Extendió su brazo hacia mí y firmemente me dió la mano; su nombre era Frank, aunque se aseguró de que yo supiera que su nombre espiritual era Chicome Malinalli. “Chicome significa 7 y Malinalli significa hierba medicinal,” me dijo. Supongo que el dicho de que las mejores cosas vienen en 3 es real, porque mientras él terminaba de hablar, una mujer se le acercó y se presentó conmigo como Tere, su madre. Frank la interrumpió y me dijo que los nombres de Ernesto y de Tere eran Yei Cipactli ( 3 cocodrilo) y Coaltyotl Olllin (mujer en movimiento). Con un poco de prisa, como quien quiere evitar detalles minúsculos e innecesarios, me invitaron a que me uniera al círculo, pues la ceremonia estaba a punto de comenzar. Me prestaron una maraca, una cinta para amarrarme en la cabeza y una bifanda para amarrarme en el estómago; para la protección, dijeron.
Sin clase previa o instrucción alguna, comenzó todo. Sonaron los caracoles y llamaron a las cuatro direcciones; sin pausa, comenzaron a danzar. Yo intenté frenéticamente seguir sus pasos, traté de seguir los pasos de los permisos y de comprender un poquito de lo que estaba sucediendo. Aunque me sentia perdida la mayoría del tiempo, tuve la sensación repentina de haberme encontrado a mí misma. Tuve la visión de que con cada paso, cada vez que marcábamos uno de nuestros pies en el suelo, estábamos practicando acupuntura o mandándole mensajes telegráficos a nuestra Madre Tierra. Me sentí en paz, bienvenida... como si estuviera en el lugar y momento adecuado, en todo sentido de la palabra. Me sentí nutrida, alimentada, entera.
Después de dos cansadas pero muy satisfactorias horas de danza, honramos a las cuatro direcciones una vez más al unísono de los caracoles, nos acercamos más en un círculo y la “palabra” fue otorgada a todos y cada uno de los que estaban presentes para que compartieran sus sentimientos, sus necesidades, su agradecimiento o sus pedidos. Nos abrazamos cálidamente, nos saludamos los unos a los otros y nos presentamos; muchos comenzaron a acomodar mesas y sillas, mientras Tere colocaba comida con aromas de amor y de hogar en ellas. Mientras Tere acomodaba la comida, se aseguraba de decirle a todos (casi obligarlos) a que se sentaran a comer y a que probaran todo. Tere me recordó mucho al arquetipo de madre mexicana, la que nutre, la que cuida, la que protege, la que siempre está tratando de alimentar a los niños, asegurándose de que todos estén bien nutridos, fuertes y saludables. Tere me recordó tanto a mi propia madre... me sentí nostálgica y comencé a extrañar a mi propia familia, aunque estrañamente, por la primera vez desde que había llegado a Oakland, por alguna razón me sentí como en casa.
Comimos y nos contamos historias mientras cenábamos; historias acerca de dónde soy, de cómo de manera casi mágica llegué a la danza ésa noche y finalmente, acerca de ése Calli, de ése hogar, de la familia de danzantes frente a la que me encontraba. Tere y Ernesto señalaron a Frank, indicándole que contara la historia. Así que ahí me encontraba, junto con la familia. Escuchábamos atentos a un niño a quien muchos probablemente ignorarían. El nos contó una historia que, aunque simple en esencia, llevaba con ella sabiduría infinita, así como él. Resulta que él mismo es el jefe y fundador del grupo, Calpulli Coatlicue, un grupo de danza mexica. Todo comenzó hace un par de años, cuando -siendo aún más joven de lo que es ahora-, Frank sintió repentinamente la necesidad de comenzar un grupo propio, un nuevo grupo. Un día durante uno de los muchos eventos comunitaros a los que él y su familia frecuentemente asisten, se acercó a la directora de la Hacienda Peralta en Oakland. Se presentó frente a ella con la integridad y confianza de un hombre sabio, manteniendo la inocencia de un niño, y le preguntó si les permitiría usar el espacio para practicar con su grupo de danza. La directora quedó cautivada con la propuesta de éste niño y quería más información, así que él corrió y le contó rápidamente a su mamá. “Frank, cómo vamos a comenzar un grupo si no tenemos a nadie para un grupo?” -dijo Tere. “Ay mamá, que no ves? Yo llevo el huehuetl (tambor), papá lleva el atecocolli (caracol) y tú llevas el popoxcomitl (el fuego, el humo); ésos son tres de los elementos sagrados. Es como un tripié: Si sólo tuviéramos dos elementos, perdería el balance y se caería, pero con los tres, tenemos igualdad, balance y somos sólidos.” El sonrió y dijo: “Mamá, sí tenemos un grupo!”
Así que, muchas veces siendo sólamente un tripié los que veníán a danzar, comenzaron el grupo Coatlicue cuando la Hacienda les dió permiso para utilizar el espacio y ahí se han seguido reuniendo cada Lunes a las 6 de la tarde.
Es increíble pensar que cuando Coatlicue comenzó, era muchas veces sólamente madre, padre y Frank y que ahora, hay veces que llega tanta gente, que no hay ni espacio suficiente para danzar. Aunque la manera en que el grupo ha crecido desde que se formó ha sido rápida, no es difícil de creer; si todas las personas que llegan a la danza se sienten tan bienvenidas, aceptadas, cómodas y como en casa como yo me sentí, sería difícil creer que alguien no querría regresar. El calpulli Coatlicue es un ejemplo perfecto del concepto de comunidad llevado a la práctica. Coatlicue comenzó como una familia y sigue creciendo como una. El calpulli nos brinda un hermoso espacio con muy buena energía para que muchos podamos venir y hacer nuestro rezo, conectar con nosotros mismos, con la madre Tierra y con nuestros ancestros; ellos sacrifican mucho de su trabajo y de su energía para que todos podamos generar más energía y sanarnos a nosotros mismos y a todas nuestras relaciones. Todos en el calpulli comparten el conocimiento que tienen, con la única intención de que regresemos a nuestras maneras originales y tradicionales, así como ayudarnos a reconectar con la Tierra y con nuestras raíces, ayudándonos a recordar el conocimiento que no sabíamos que llevábamos dentro.
Así como ha pasado el tiempo he visto a muchas personas que, así como yo, se han sentido atraídas hacia el grupo por los tambores; sin ninguna explicación real, más que el hecho de que algo les dijo que caminaran en ésa dirección. Yo he sentido a mi corazón sincronizarse al retumbar de los tambores, he sentido mi energía convertirse en una sola con la energía de las personas dentro del círculo y he sentido la sanación, poco a poco tocándo cada rinconcito de mi cuerpo y alma. Ernesto dice que a través de la danza, estamos plantando y cultivando cambio, tanto interno como externo en el mundo y en nuestros alrededores. Muchas de las personas que forman parte de la familia de Coatlicue están profundamente involucrados en la restauración y el crecimiento de nuestra comunidad, en hacer éste mundo un lugar mejor y en conseguir igualdad, justicia y un aumento de conciencia. Tere cree que ésta manera de vida en la que compartimos el conocimiento es la única manera en la que conseguiremos los cambios y mejoras que queremos ver en nuestras comunidades.
El calpulli Coatlicue no es sólamente un bello grupo de personas donde uno puede aprender danza e historia, pero también un lugar donde podemos aprender e inspirarnos al estar rodeados por todos los guerreros dedicados e incansables, conscientes, que viven en pie de lucha y en resistencia, de los artistas, activistas, sanadores, maestros, poetas, cocineros, abuelas, abuelos, madres, padres, niños y amigos que forman ésta familia de danzantes tan diversa, colorida y llena de amor; al final de cuentas, todo es un mismo rezo, una misma nación, un mismo corazón y un mismo pueblo y todos deberíamos compartirlo. Coatlicue, de la mano de nuestro abuelo el huehuetl, nos ayuda a encontrar todas ésas piezas que nos hacen falta de nosotros mismos, coatlicue está constuyendo y aumentando la comunidad, formando y manteniendo a la familia fuerte y estable, unida, como el tripié, como el cantar, frenéticamente tranquilo de la vibración de los tambores que nos ayuda a encontrarnos y unirnos como úno sólo.
English Version
Coatlicue
Drums have a beautiful way of talking and singing, they can drive us to an ecstatic point of high energy and almost right after that, lull you to such a state of calmness, that you could sleep on the spot. I believe drums can ground us back to Earth, synchronize us to the rhythms of her beating heart, bring us back to the old, natural ways. I was going through many changes, both internal and external. I had been away from home, Mexico for about 6 months and was feeling very home sick; quite ungrounded, detached from my family, I lacked a community to feel at home with. In my search for a place I could call home, I stumbled upon Fruitvale, the “little Latin America” section of Oakland. I made the decision to move there and within a month, I moved into a little studio in the heart of Fruitvale. It was my second night at my new place; I had spent pretty much all my time unpacking and arranging things around, so I decided to step outside and take a breath, gaze at the moon and the stars and just wonder around... I was partially looking for nothing, partially looking at my surroundings and partially and unknowingly looking for my self.
Suddenly, the sound of drums became noticeable. I love drums, I have since I was a child... but these drums were different; their vibration felt stronger, I felt deeply drawn to them, I felt called from the bottom of my soul. Chasing the sound, I let my inner guide get me there. I simply allowed my feet to move toward an unknown destination. The smell of burning Copal incense began to accompany the beating of the drums and as one became more intense, so did the other. The sounds seemed to be coming from the Peralta Hacienda, a park, museum and community center half a block away from my house. I got closer and found myself in front of a circle of people dancing around drums, wearing feathers on their heads and sets of beautiful sounding seeds hugging their ankles. I felt the need to know more, I felt the urge to join them and dance but I also felt nervous and slightly confused, so I just stood there, sort of frozen. A man approached me with a giant smile and introduced himself as Ernesto, immediately followed by a strong and honest Welcome! A young little man who couldn't have been older than 13 noticed we were talking and approached me as well. He extended his arm towards me and firmly shook my hand; his name was Frank, although he made it a point for me to know that his spiritual name was Chicome Malinalli. “Chicome means seven and Malinalli means medicinal herb” -he said. I guess the saying that great things come in 3's must be true, because as he was saying that, a woman came near him and introduced herself as Tere, his mother. They immediately asked me to join them, as the ceremony was about to start. They let me borrow a maraca, a scarf to tie around my belly and a scarf to tie around my forehead; protection, they said.
Without a previous lesson or instructions whatsoever, they called the 4 directions and right after that, they began to dance. I kept frantically attempting to follow their steps, to do the permission dances and to get some sort of clue of what was going on; although I felt lost for the most part, I had the simultaneous feeling of finding myself. I had the vision that with every step, with every foot we marked on the ground, we were performing acupuncture or sending telegraphic messages to the core of mother Earth. I felt at peace, welcome and like I was meant to be there in every sense of the word. I felt nourished, whole.
After an exhausting but fulfilling two hours of dancing, the 4 directions were honored again and the “word” or palabra was given to every single one who was there, so they could share their feelings, needs, gratitude or requests. We hugged, greeted each other and introduced ourselves; people started setting up tables and chairs, as Tere sat deliciously smelling dishes on them encouraged (almost pushing) people to start eating and try it all. She reminded me so much of the archetypal mexican mother, the nurturer, the one that is always trying to feed the children, making sure they are all well nourished, healthy and strong. She reminded me so much of my mother, it made me feel nostalgic and miss my family, even though, for the first time since I had moved to Oakland, I somehow felt at home.
We ate and told stories over dinner; where I was from, how I magically stumbled upon danza that night and finally, stories about the Calli, the home, the family of danzantes before my eyes. Tere and Ernesto pointed at Frank, signaling him to tell the story. There I was, along with the family. We were listening attentively to a child who many would possibly ignore. He told us a story that although simple in its essence, carried infinite wisdom, just as himself. Turns out that he is the head and founder of the group, Calpulli Coatlicue, a Mexica danza group. It all started a couple of years ago, when being even younger than he is now, Frank had the urge to start a group of his own. One day at one of the many community events that him and his family frequently attends, he approached the director for the Peralta Hacienda in Oakland. He presented himself with the integrity and confidence of a wise man and with the innocence of a child, and asked her if they could use their space to practice with the group. The director was captivated by this child's proposition and wanted to know more, so he ran and called his mom. “Frank, how are we gonna start a group, if we have no people?!” -she said, surprised and almost scared. “But mom, we do! Don't you see? I carry the huehuetl (drum), dad the atecocolli (conch shell) and you the popoxcomitl (copal, incense burner); that's the three basic sacred elements. We are like a tripod: If we only had 2 elements, we would be out of balance and fall, but with 3 we have equality and are solid.” He smiled and said: “We have a group!” The other legs of what he calls the tripod are his mother, known by her spiritual name of Coaltyotl ollin- and his uncle (who he calls dad) , Yei Cipactli. So, with manytimes only a tripod showing up, they began the group when the Hacienda gave them permission to use their space and they have been meeting since then every Monday at 6 pm.
It's amazing to think that when Coatlicue first started, it was a lot of times jut mom, dad and Frank and now there are times when there isn't even enough room for all the people who show up. Although the way the family has grown since it's formation has been fast, it isn't that hard to understand; if everyone who ever shows up feels as welcome and at home as myself, it would be hard to believe that anybody would not want to keep coming back. Calpulli Coatlicue is a true example of community. It began as a family and it has continued to grow as one. They provide the beautiful, welcoming space for many of us to come and pray, to connect with ourselves, with the Earth and our ancestors; they sacrifice so much work and energy so that we can all generate energy and heal ourselves and all our relations. Everybody in the calpulli shares the knowledge that they carry, with the intention of bringing back our traditional ways and helping us ground down back to our roots, helping us remember knowledge that we hadn't realized we had in us.
As time has gone by, I have seen multiple people who, like myself, were drawn to the group by the drums; no real explanation behind it, other than something telling them to walk in that direction. I have felt my heart synchronize to the beat of the drums, felt my feet move to the beat of Pachamama's heart, felt my energy become one with the energy of all the people within the circle and I have felt the healing, little by little touching every corner of my body and soul. Ernesto says that through danza, we are planting and cultivating change; both inner change and change in the world and our surroundings. Many of the people who form Coatlicue's family are deeply involved in restoring and growing our community, in making this world a better place and in achieving fairness and increased consciousness. Tere believes that this way of living and sharing of knowledge is the only way in which we will get the changes and improvements we want to see in our communities.
Calpulli Coatlicue isn't only a beautiful group of people to learn danza and history from, but it is a place where we learn and inspire ourselves surrounded by all the conscious, dedicated fighters, people in struggle and in resistance, artists, activists, healers, teachers, poets, cooks, grandmothers, grandfathers, mothers, fathers, children and friends that make up this diverse, colorful, loving and open to all family of mexica danzantes; in the end, it is all one prayer, one nation, one heart and one people and we should all share it. Coatlicue, along our grandfather the huehuetl, is facilitating for so many of us to find the little pieces of ourselves that we were missing, it is building and growing the community, making and keeping the familia strong and stable, like the tripod, like the humming, excitingly calming vibration of the drums that helps us come together as one.