To support her family, an undocumented worker gathers recyclables from street-side containers. 'I do it out of necessity,' she says.
Tuesday, March 25, 2008;
para espanol, mira abajo
It's not yet 3 a.m. Juana Rivas grabs her shopping cart and steps off the curb into the dark.
She shields herself from the cold with a sweat shirt and jacket, along with a pink hat and gloves she bought at the 99-cent store. Only a barking dog interrupts the silence.
Rivas arrives at the first house, lifts the trash can lid and shines her flashlight inside. Nothing.
"No hay. No hay," she says in Spanish.
She peers into another trash can. Nothing. She zigzags back and forth across the street, stopping at each house to search for aluminum cans, glass bottles, plastic containers, anything she can exchange for money at the local recycling center. She reaches inside and shakes the contents, listening for the telltale clink of a beer bottle or the hollow tap of a milk carton. Nothing.
She starts to feel anxious. Her husband and four children are depending on her. The $2,300 rent check on their Pasadena home is due in one week. She already asked for an extension on the gas. The cable and the phone have been disconnected.
She speeds up the pace. The plastic bags attached to the cart swoosh against one another. The wheels rattle as they roll over pebbles in the street.
A few minutes later, she finds an empty Sierra Mist can, a few plastic water bottles and several Foster's beer bottles. She dumps them into her empty cart.
"There are bad days and good days," says Rivas, 48.
As she walks toward the next house, she says, "It's going to be a bad day."
Rivas knows what people think, that she digs through her neighbors' trash to make money for drugs or alcohol. She knows what people call her -- scavenger, digger, thief.
"There are people who look at me like, 'You aren't worth anything. You aren't anybody,' " she said.
For 13 years, she says, she has collected cans and bottles "to pay my rent, my bills. I do it out of necessity."
She has looked for more stable jobs, including cleaning offices at night. But nowadays, more companies are asking for immigration papers, papers she doesn't have.
Besides, scavenging pays OK, she says. The more hours she puts in, the more she earns. Her proof is in her recycling center receipts: Oct. 22: $70.12. Dec. 12: $143.08. Jan. 4: $134.91. Overall, in a year she might earn between $20,000 and $25,000. Combined with what her husband earns and what her children contribute, they can meet the rent and put food on the table.
Rivas is part of the expanding underground economy -- the hundreds of thousands of immigrants in Southern California who clean houses, mow lawns and wash dishes, making money at the margins and paying few if any taxes. Her story mirrors the contradictions that make illegal immigration such a flash point. She broke the law getting here and drains a municipal resource staying here. Yet she works hard, very hard, so her children won't have to do the same.
Every weekday, she wakes at 2:30 a.m., knowing that even an hour more of sleep means less money. She walks miles and miles, even when it rains, even when she is battling the flu.
"If I miss one day, I'm short," she says.
Her only company is the Spanish-language DJ El Piolin, Eddie Sotelo on KSCA-FM (101.9), who entertains her through a hand-held radio one of her sons gave her two years ago.
Her shoulders and legs ache from pushing the heavy cart up and down hills. Her hands throb from arthritis. This morning, two of her fingers are bandaged with white tape. Two years ago, she had to go to the emergency room to get stitches when a broken bottle gouged open her forearm. She left with several stitches and a tetanus shot. Emergency Medi-Cal covered the treatment.
Criando una familia con la basura de Pasadena
* Para comprar comida y pagar la renta, una inmigrante ilegal recolecta y vende reciclables.
Por Anna Gorman, Redactora del Times
March 12, 2008
Aún no han dado las 3 a.m., Juana Rivas echa mano a su carrito de súpermercado y pasa de la acera a la oscuridad.
Se resguarda del frÃo con una sudadera y una chamarra, asà como un sombrero rosado y unos guantes que compró en una tienda de 99 centavos. Sólo los ladridos de un perro interrumpen el silencio.
Rivas llega a la primera casa, levanta la tapa del basurero y alumbra hacia adentro con su linterna. Nada.
"No hay. No hay," dice ella.
Mira al interior de otro basurero. Nada. Camina en zigzags hacia delante y hacia atrás por la calle, parando en cada casa en pos de latas de aluminio, botellas de cristal, recipientes plásticos, cualquier cosa que ella pueda cambiar por dinero en el centro de reciclaje local. Mete las manos dentro, sacude el contenido por si oye el sonido clave de una botella de cerveza o el sonido hueco de un cartón de leche. Nada.
Le entra ansiedad. Su esposo y cuatro hijos dependen de ella. Al cheque por $2,300 por el alquiler de su casa en Pasadena le falta una semana. Ya tuvo que pedir una extensión para el pago del gasóleo. El cable y el teléfono ya fueron desconectados.
Ella acelera el paso. Las bolsas plásticas atadas al carrito suenan al pasar unas contra otras. Las ruedas chirrÃan al pasar sobre los guijarros de la calle.
Unos minutos después, halla una lata vacÃa de Sierra Mist, unas cuantas botellas plásticas de agua y varias botellas de cerveza Foster. Lo echa todo en su carrito vacÃo.
"Hay dÃas malos y dÃas buenos," dice Rivas, de 48 años.
A medida que camina hacia la próxima casa, dice, "Va a ser un dÃa malo."
Rivas sabe lo que la gente piensa, que ella registra los basureros de sus vecinos en busca de dinero para drogas o alcohol. Ella sabe lo que dicen de ella – rastrojera, buscona, ladrona.
"Hay gente que me mira con cara de, 'No vales nada. No eres nadie,' " dijo ella.
Durante 13 años, dice ella, has recolectado latas y botellas "para pagar la renta, mis cuentas. Lo hago por necesidad."
Ella ha buscado trabajos más estables, incluso limpiar oficinas de noche. Pero hoy en dÃa, hay más compañÃas pidiendo papeles de inmigración, papeles que ella no tiene.
Además, recolectar rastros paga bien, dice ella. Cuántas más horas le dedica, más gana. Su prueba está en los recibos del centro de reciclaje: 22 de octubre: $70.12, 12 de diciembre: $143.08, 4 de enero: $134.91. En general, en un año ella puede ganar entre $20,000 y $25,000. Combinado con lo que gana su esposo y lo que contribuyen los hijos, pueden pagar la renta y poner comida en la mesa.
Rivas es parte de la incipiente economÃa clandestina – los cientos de miles de inmigrantes del sur de California que limpian casas, podan céspedes y friegan platos, que ganan un dinero marginal y pagan muy poco, o nada, en impuestos. Su historia refleja las contradicciones que hacen de la inmigración ilegal un punto álgido. Ella infringió la ley para llegar aquà y drena recursos municipales al quedarse aquÃ. Sin embargo, trabaja duro, muy duro, para que sus hijos no tengan que hacer lo mismo.
Todos los dÃas se levanta a las 2:30 a.m., a sabiendas de que tan sólo una hora más de sueño significa menos dinero. Camina millas y millas, incluso cuando llueve, incluso cuando está batallando contra la gripe.
"Si falto un dÃa, no me alcanza," dice ella.
Su única compañÃa es el locutor hispanohablante El PiolÃn, Eddie Sotelo de la KSCA-FM (101.9), que la entretiene mediante un radio portátil que uno de sus hijos le regaló hace dos años.
Los hombros y las piernas le duelen de empujar el carrito cuesta arriba y cuesta abajo. La manos le tiemblan de la artritis. Esta mañana tiene dos dedos vendados con esparadrapo blanco. Hace dos años tuvo que ir a una sala de urgencia para que le suturaran una laceración que le hizo un pico de botella en un antebrazo. Salió con varios puntos y una vacuna antitetánica. El servicio de emergencia Medi-Cal cubrió el tratamiento.